… Vaya etapa. Me levante a las 5.30, no fuera a ser que me quedase de última (…) salí del albergue a las 6 y poquito en busca de una cafetería que vi anunciada en la puerta del albergue, que decía que abría a las 5.30 am. Las aceras aún no estaban puestas, al igual que las farolas (…) Di todo un rodeo hasta que llegue a lo que ponía era la dirección del café y me tope con otro peregrino que estaba haciendo lo mismo. Cuando nos dimos cuenta, la cafetería estaba al final de un puente que cruzaba el río (…) y cerrada. Nos toco empezar ruta. Al poco encontramos un hostal que suponíamos estaría abierto. Tampoco hubo suerte. Entonces pasó un grupo de peregrinos que habían desistido de la búsqueda y me uní a ellos dejando a mi compañero esperando a que abriese el hostal.
El grupo éramos: la pareja con la que cené a mi llegada a Villafranca: Ana y Carlos de Castellón, Nuria de Alicante y un señor al cual no le pregunte el nombre, pero que más tarde me entere que venía desde Roncesvalles con otros dos chicos. El Ritmo lo marcaron ellos. Un ritmo animado. Nos quedaban por delante 28Km duros, muy duros. Partimos desde una altitud de 420m. Durante la etapa, Carlos sufría de tendinitis y como para mi era mi primera etapa, llevábamos un ritmo un pelín más pausado que Ana y Nuria. El otro chico se había quedado un poco atrás. Íbamos hablando. Los primeros 20Km fueron fáciles en un primer momento. Nos cruzamos varias veces con un chico (al que después le puse el sobrenombre de «mic mic!» en honor al Correcaminos) que nos adelantaba a toda leche y al que dejábamos atrás en los bares.
Paramos a comer poco antes de la Faba, en un merendero por donde pasaba un riachuelo y donde teníamos por compañeras a unas vacas rubias gallegas. Entonces empezó el sufrimiento. Dicen que esta etapa es la peor del Camino. Lo corroboro. Nos quedaban los últimos 8km de la etapa. 8km de durísima ascensión donde pasaríamos de 420m de altitud sobre el nivel del mar a 1290m. Era un terreno abrupto, duro, con calor, sin sombra… Aunque las vistas, hacían que el dolor se disipara. Paramos 3 veces: mucha agua y sobrecillos de azúcar par reponer algo de energía. Y es que, realmente, no fui sola al Camino.
Me costó mucho completar el tramo. No me decían más que había escogido la etapa más dura para empezar. Si hubiese subido sola, creo que habría intentado abandonar en 5 ocasiones. El tener un grupo al que esperas o te esperan, te hace tirar para adelante y dejar los pecados y las lágrimas de sufrimiento para la capucha del saco. Nos hicimos unas fotos durante la ascensión y, después de unas 3 horas subiendo aquel infierno y creyendo que habíamos llegado a nuestro destino, erróneamente en 2 ocasiones, llegamos al alto de O Cebreíro. Por fin.
Nunca había estado allí. Son unos 5 restaurantes/cafeterías, un ultramarinos, la iglesia, el albergue, un par de hostales y poco más. Es una aldea dedicada única y exclusivamente al peregrino y/o turista.
El albergue estaba bastante bien, tenía 104 plazas y por lo visto quedaron muy poquitas libres. 6E y sellito para el librito.Nos duchamos y salimos a comer. El gran esfuerzo que habíamos hecho, tuvo su recompensa, fuimos de los primeros en llegar al albergue y pudimos escoger cama y restaurante. Después de comer, la pareja fue a dar una vuelta, Nuria a esperar a unos amigo y yo, con el solete que había, a buscar la esterilla para estirar un poco el cuerpo y ponerme al sol. Allá me fui.
Me encontré a un señor maqueado al máximo, un gentelman del Camino y al otro lado, a un chico que no hacia más que estirar encima de su esterilla, y para un lado, yo pensé: otro profesional del Camino que ahora se pone a estirar mientras yo paso de todo y me pongo al sol. Hicieron falta 5 minutos para que cruzáramos palabra. Era José, un chico de Madrid, que después me di cuenta de que me lo había cruzado en el infernal ascenso. Era su primer día, su primera etapa y a ambos nos falto tiempo para decir: «si lo se, no vengo». Estaba roto, yo también pero lo llevaba mejor. Hablamos de que ruta íbamos a hacer y nos despedimos con el aburrido: «nos vemos en el Camino». Entonces llego «mic mic!» Un chicarrón que decía que era de España si le preguntas de dónde venía; trabajaba en Zaragoza, el fin de semana iba para el pueblo, pero que por las noches salía con los amigos en otro pueblo.
Eso es: de España. Habló y habló. Me pregunto por qué hacia el camino. Se lo preguntó a todo el mundo que se cruzaba. Le contesté y acto seguido, me empezó a contar algunas de las razones que le dieron como respuesta: Un señor, que había empezado el Camino con su mujer, se le puso mala al tercer día y se volvieron para casa. La mujer murió a la semana. Entonces el decidió ir de Camino desde Roncesvalles hasta Santiago… Otro señor, se había apostado con su mujer que no era capaz de hacer el Camino. El marido se pico y empezó la etapa desde Pamplona.
Fuma 2 paquetes diarios, para en toooodos los bares del Camino a tomarse un vino y tiene 62años y, hasta los 59 no había practicado nunca deporte. Viendo como he visto yo a el señor… ¡Yo quiero ser como él de mayor! Creo que fue el primero en llegar al albergue. Con eso se dice todo.
De la charla a comprar algo de fruta y a cenar. Cuando estaba hablando con “mic mic!”, vi llegar a una pareja en bicicleta. Llevaban el típico mono de ciclista negro; ella venía roja como el fuego y con unas marcas blancas de las gafas de sol que va a tardar dos veranos en quitarlas u 80 sesiones de solárium. El chico venía mejor.
Me fui a cenar mi naranja y mi manzana. El cuerpo no me aceptaba más ni bocata ni menú. Me fui para la cocina del albergue: allí están un grupo de jóvenes alemanes y un chico algo mayor que ellos que estaba haciendo el Camino con un perro guía. Era ciego. Y entonces le pregunte, ¿cómo puede guiarse? ¿Cómo sabe por dónde tiene que ir o que tramo es el más difícil? Sigo sin saberlo, por lo visto lo acompañaba una chica. Bueno, estaba yo con mi naranja justo delante de la puerta de la cocina desde la que se veía al fondo del pasillo la habitación y una ventana desde la que entraba un sol iluminador. Tanto, que de repente veo a un chicarrón alto, semidesnudo con un slip frente a la ventana así, delante de todo el mundo. Era el de la bici. Italiano.
Estuvo de esa guisa un buen rato; hasta que le dio por envolverse la toalla a la cintura y pasearse de un lado a otro del pasillo. Daban ganas de soltarle un «¡Ay omá, que rico esta!» Estaba bien, musculado, nada exagerado, con buena percha y con el pecho a lo macho: con pelo pero sin exceso. La que venía con él, tampoco se quedo atrás en exhibicionismo. Ambos se gustaban a si mismos y nos lo hicieron saber durante toda la tarde. Lo raje un poco con Ana (la de Castellón) pero sin pasarse… Me fui a dormir a las 8 de la tarde. Nuria estaba con sus compañeros de ruta, Ana y Carlos cenando algo y yo aproveche para descansar al máximo. Como ellos tenían pensado hacer una ruta distinta a la mía, no quede con ellos para despertarnos y salir.